
Sentirse nervioso o ansioso ocasionalmente forma parte de la cotidianidad de la vida que nos toca vivir, pero cuando este nerviosismo o ansiedad se vuelve recurrente y empieza a interferir en nuestro día a día, —en el trabajo, en las relaciones familiares y sociales y, en consecuencia, en nuestro disfrute—, es probable que estemos ante un problema de salud denominado trastorno de ansiedad.
Estos trastornos pueden manifestarse de forma crónica, en cuyo caso se denominan trastornos de ansiedad generalizada, donde la persona afectada muestra una preocupación constante por todo, esperando siempre lo peor, incluso sin que existan peligros reales. Se siente tensa, inquieta, irritable y, con frecuencia, presenta síntomas físicos como dolores de cabeza o musculares, problemas de sueño, dificultades gastrointestinales y problemas de atención y concentración.
Según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud en 2019, una de cada cuatro personas padece algún tipo de trastorno de ansiedad. Estas cifras no solo superan ampliamente las de muchas otras enfermedades, sino que han sido ratificadas por el aumento de los factores estresantes a los que está expuesto el ser humano.
El rol de la incertidumbre
Aunque la incertidumbre es una característica central del entorno actual, no estamos preparados para vivir con ella. Por el contrario, hemos sido educados para movernos dentro del mayor grado de certeza posible. En una sociedad tan cambiante, en ciudades congestionadas, en un día a día lleno de noticias alarmantes, amenazas, atracos o conflictos políticos, pareciera lógico pensar que lo normal es vivir angustiados.
Sin embargo, dentro de este caos, hay un elemento que suele ser aún más generador de ansiedad: la incertidumbre. Esa agonía que aparece cuando no sabemos de un ser querido, esperamos una cirugía, sentimos amenazada nuestra estabilidad laboral, o enfrentamos situaciones más amplias como resultados electorales que podrían alterar nuestro estilo de vida o nuestra seguridad económica. La incertidumbre —económica, política o social— nos conecta con lo desconocido, y esto genera inseguridad, estrés, ansiedad y miedo. En consecuencia, se convierte en un potente detonante de crisis de ansiedad.
El extremo de la ansiedad: los ataques de pánico
La ansiedad puede presentarse de forma intermitente, pero en algunos casos alcanza niveles que afectan profundamente el estado emocional, como ocurre en los ataques de pánico.
En estos episodios, la persona sufre crisis repentinas, sin previo aviso, con una sensación súbita de terror intenso, que dura aproximadamente 10 minutos pero deja al individuo emocionalmente agotado y temeroso. Estos ataques pueden incluir: palpitaciones, hiperventilación, dolor en el pecho, sensación de asfixia, parálisis o adormecimiento de extremidades. La persona llega a creer que va a morir, lo cual genera un temor aún mayor de volver a salir de casa, por miedo a que el episodio se repita y no haya quien le brinde ayuda.
Amenazas irreales o el miedo a lo que puede venir
En contextos relativamente normales, los síntomas de ansiedad se manifiestan con un temor abrumador, sensaciones intensas y desagradables, aunque no exista un peligro real. Pero estos síntomas se potencian cuando hay incertidumbre y pensamientos catastróficos sobre lo que podría suceder.
El miedo se vuelve paralizante y frustrante, generando una cascada de limitaciones que afectan la vida social, familiar y laboral de quien lo padece. Es importante destacar que, en la mayoría de los casos, aquello que tanto se teme es altamente improbable que ocurra.
Los pensamientos
La emoción predominante en los trastornos de ansiedad es el miedo. Y como he mencionado en otros artículos, toda emoción surge de lo que pensamos acerca de una situación, no de la situación en sí. No es el perro lo que me asusta, sino pensar que me va a morder. No es que mi pareja no respondió el teléfono, sino pensar que no quiere hablar conmigo o que me ignora lo que genera mi molestia.
Lo mismo ocurre con el miedo en la ansiedad: son los pensamientos sobre lo que podría suceder lo que alimenta el temor. Así, en una crisis de pánico, la persona cree que está teniendo un infarto, un paro respiratorio o cerebral, y que va a morir. Después de la crisis, muchas personas acuden a emergencias, se hacen múltiples exámenes médicos... y cuando estos no muestran ninguna alteración física, se sienten aún más desesperadas, dado que sus síntomas son reales pero sin causa orgánica identificable.
Las crisis de ansiedad suelen activarse en dos niveles:
- Por la situación o estímulo que genera temor: mucha gente, espacios cerrados, una noticia negativa, la noche, la ausencia de un ser querido, la expectativa de un cambio político, etc.
- Por los pensamientos asociados: “aquí me voy a asfixiar”, “me van a robar”, “voy a volverme loco”, “voy a perder el trabajo”, “nunca me voy a curar”.
Así, la ansiedad se nutre de la incertidumbre, y crece por dos vías principales:
- La respuesta fisiológica: los propios síntomas generan más miedo porque no se entienden, aumentando la respuesta ansiosa.
- Los pensamientos anticipatorios negativos: ideas como “¿podré hacerlo?”, “¿y si me pasa algo?”, “¿me sentiré mal cuando llegue?”, amplifican el malestar.
La acción versus la inmovilización
El peor remedio para la ansiedad es la evitación. Aunque produce un alivio momentáneo, refuerza el ciclo del miedo y limita cada vez más la vida. La persona empieza a salir solo si va acompañada, evita lugares concurridos, deja de manejar… y poco a poco va autoimponiéndose restricciones que pueden conducir a un cuadro depresivo por sentimientos de impotencia o inutilidad.
Aceptar que se tiene un problema es el primer paso. Buscar ayuda profesional es fundamental. Solo entender lo que ocurre ya es un alivio, especialmente al descubrir que, aunque los síntomas son intensos, no implican un riesgo real de muerte.
Es clave diferenciar entre pensamientos racionales y distorsionados. Hay situaciones que podemos cambiar, y otras que no. En estas últimas, lo que debemos modificar es nuestra actitud y manera de pensar.
¿Y qué hacemos con la incertidumbre?
Una herramienta útil frente a la incertidumbre es prepararnos para lo peor que imaginamos que podría pasar.
En ese análisis, muchas veces descubrimos que eso “tan grave” no es tan devastador como creíamos, y que además, es poco probable que suceda. Al visualizar escenarios y definir qué haríamos en cada caso, la incertidumbre disminuye, el miedo se reduce y la ansiedad se atenúa.
Preguntarse:
- ¿Qué haría si pasa esto?
- ¿Cómo podría actuar ante tal escenario?
Nos prepara emocionalmente y nos devuelve un sentido de control
La incertidumbre no desaparecerá mientras siga creciendo.
La única manera de vencer el miedo es enfrentándolo, no evitándolo. El objetivo no es dejar de sentir miedo, sino impedir que ese miedo nos paralice.
Gerardo Velásquez