EL DIVORCIO Y LOS HIJOS

Salvo excepciones muy puntuales, las personas que contraen matrimonio o deciden vivir juntas, lo hacen con la intención de desarrollar un proyecto de vida juntos y pensando en el “para siempre”. Sin embargo en el camino las cosas cambian y muchos terminan divorciándose.
Las razones que conllevan a estas separaciones suelen variar, aunque en el fondo la razón al final del camino se traduce en el desamor de una o ambas partes. Desamor que no se presenta de un día para otro, sino que generalmente viene con un proceso de deterioro que por una o varias razones los miembros de la pareja han dejado avanzar. Razones que van desde la rutina, el descuido pasional, las peleas, maltratos físicos o verbales, infidelidades y hasta intromisión constante de los padres a quienes no se les ha puesto límites.
Lamentablemente, en la mayoría de los casos cuando se llega al divorcio, uno de los dos se mantiene aferrado a la negación de que la separación nunca va a ocurrir y que “las cosas pueden cambiar”, lo que suele generar que el proceso se haga más traumático de lo que ya en definitiva es.

EL PROCESO DEL DUELO
Un divorcio es uno de los duelos más difíciles de elaborar, por supuesto más duro para el miembro de la pareja que no quiere separarse, bien sea por amor, por inseguridad, creencias o baja autoestima. Por ende, en aras de evitar el contacto con ese gran dolor que conlleva enfrentar tan importante pérdida, se anclan en falsas esperanzas de que las cosas pueden cambiar y muchas veces duran hasta años en relaciones tormentosas, que están muy distantes de lo que originalmente tenían en mente acerca del proyecto del matrimonio.
Una vez aceptada la separación han de pasar por un ciclo de emociones encontradas donde surge mucha rabia, culpas y por supuesto la tristeza. Emociones que suelen mezclarse con síntomas propios de una depresión, como el llanto frecuente, el desgano y apatía, problemas de alimentación, dificultad para dormir y un gran sentimiento de desesperación y angustia de sólo pensar que ese dolor no va a terminar.
Afortunadamente, ese duelo va a ir pasando con el tiempo, más o menos rápido dependiendo de la fortaleza emocional y/o ayuda que se pueda recibir.
Sin embargo, aunque pudiera parecerlo, el duelo no es el problema mayor, sino la manera como se va a abordar la vida en los meses y años posteriores al divorcio, sobre todo cuando el matrimonio ha durado muchos años o cuando hay hijos en él.

LAS CONSECUENCIAS EN LOS HIJOS:
Si bien es muy doloroso y traumático este proceso para los miembros de la pareja y en mayor grado para quien no quiere aceptarlo o sigue muy enamorado, los más afectados son siempre los hijos, no importa la edad que tengan, quienes difícilmente van a entender las razones de la separación. Por ello
los hijos deben ser tenidos muy en cuenta cuando se va a tomar la decisión y aún más en la vida posterior al divorcio.
En estas consecuencias vamos a encontrar, por supuesto, algunos de carácter emocional y otros de índole social, que se van a mezclar para hacer más vulnerable al niño en este proceso.

En los aspectos emocionales va a influir la edad y las características propias del niño y el hogar.  Así, en los primeros años, más o menos hasta la edad preescolar pueden aparecer sentimientos de culpa, imaginándose que su mal comportamiento, no hacer las tareas o no comerse la comida por ejemplo, fueron las causas de las peleas. También suelen aparecer grandes temores a ser abandonados. En la edad de la primaria captan más fácil que tienen un serio problema pero que no saben cómo resolver o reaccionar ante el dolor y suelen mantener una gran esperanza de que los padres se pueden unir de nuevo, y actúan forzando ese reencuentro, muchas veces con grandes sentimientos de frustración por no lograrlo. Por último, los adolescentes pueden experimentar rebeldía, miedo, aislamiento y también culpa.

En lo concerniente al impacto social, podemos citar como relevantes cuando por razones económicas, laborales u otros factores, ocurre un cambio de residencia y por ende de escuela y amigos; La decisión forzada a permanecer y convivir con la madre o el padre, o con algún otro miembro de la familia; el distanciamiento que a veces ocurre con el padre y por supuesto, la aparición de parejas nuevas en los padres.

Por supuesto la combinación de estos aspectos emocionales y sociales pueden derivar en una serie de efectos negativos en el niño que se van a manifestar tanto en el colegio como en la casa, como el desarrollo de una baja autoestima, bajo rendimiento académico, dificultades sociales, problemas de comportamiento, miedos irracionales.

ERRORES COMUNES
No importa cuán grande sea la rabia que se pueda sentir contra la ex-pareja, los hijos no tienen que verse inmiscuidos en los resentimientos de sus padres.
Sabemos que es muy duro para un niño digerir la amarga realidad de que uno de sus padres ya no estará más en casa, y que, ahora tiene que conformarse con momentos limitados para compartir con el padre que ha de dejar la casa. De manera, que ya el hijo tiene en su cabeza su propio problema, que por supuesto No se lo creó a sí mismo y que No tiene idea de cómo manejarlo. Si a eso le sumamos un mal proceder de los padres, quienes son los adultos y responsables de la situación, dejamos al niño con un inmenso conflicto que le puede traer consecuencias muy negativas en su normal desarrollo emocional.
Es común que un divorcio conlleve a cierta hostilidad entre los padres y cuando esa hostilidad persiste, sin darse cuenta la empiezan a trasladar a los hijos.
Con el desconocimiento del impacto de sus acciones sobre los hijos, entonces muchos padres incurren en errores como:
  • Compartir con los hijos la rabia hacia el otro progenitor, generalmente hablándole mal del otro.
  • Utilizarlos como mensajeros en lugar de mantener una comunicación directa con su ex-pareja
  • No atender sus responsabilidades para molestar a su ex-pareja
  • Fallar en las necesidades de los hijos por estar demasiado ocupados en sus propias necesidades.
  • Dejar en la madre la mayor responsabilidad sobre el cumplimiento de normas y la fijación de los límites, que en oportunidades pone a los niños rebeldes y oposicionistas ante los requerimientos en casa y colegio

ANTES Y DESPUÉS
Si es un hecho la separación, es necesario entender que los hijos van a vivir también dos procesos, su propio duelo y el cambio irreversible en su nueva vida. De cómo sea llevado ese antes y después por ambos padres, va a depender un sano o traumático andar para los hijos.
No soy de la opinión que los hijos de padres divorciados están condenados a sufrir de problemas emocionales o asociados. En otras palabras, aunque evidentemente el divorcio aumenta esa vulnerabilidad, lo preponderante va a ser cómo los padres van a comportarse y actuar respecto a los hijos, independientemente de las diferencias que los llevaron a su separación.

Hablarles directamente
Al momento que estén decididos, aunque esta decisión sea unilateral, hay que hablar con los hijos y dejar claro que, primero que nada ellos no tienen culpa alguna en lo que está ocurriendo, destacando que son problemas que ellos no pudieron resolver y han decidido que lo mejor es la separación y en segundo y no menos importante lugar, aclarar, que independientemente de la decisión, ambos seguirán siendo sus padres y seguirán queriéndolos, sin importar que no van a seguir viviendo juntos

Se les ha de especificar que el divorcio es un cambio y que aunque las cosas de alguna manera serán diferentes, no significa que ahora serán malas, sino sólo diferentes y que los cambios también brindan nuevas oportunidades.

LA CONGRUENCIA POSTERIOR
Por supuesto estos mensajes no serán suficientes si no se acompañan con las acciones respectivas. Hay que actuar congruentemente con lo que se está trasmitiendo.
Lo ideal será que la función parental sea compartida por ambos padres, de lo contrario causará ambivalencia en los hijos. Si el ambiente que rodea al niño es favorable, es decir que sus padres pueden ejercer juntos la paternidad, muestran un comportamiento consistente frente al niño y evitan discusiones frente a éstos, los hijos lograrán adaptarse bien al divorcio. Por el contrario, si fallamos en las promesas, en el contacto afectivo, o peor aún no logramos solventar la rabia y resentimiento hacia el otro, aún sin querer, trasladaremos esos sentimientos a los hijos.

Para terminar es importante entonces recordar que, nadie piensa que se va a divorciar cuando decide casarse. Mucho menos que va a tener hijos para hacerlos pasar por ese dolor, pero la realidad es otra y muchas veces ese proyecto llega a un prematuro fin y los hijos son absolutamente inocentes, pero pueden ser los más afectados. Por ende, hay que recordar que si hay o hubo problema es con su pareja y no con sus hijos y si no hay más remedio que el divorcio, siempre será preferible una separación amistosa que una conflictiva, por el bienestar y seguridad de los hijos.

Gerardo J. Velásquez D.