EL MAL HÁBITO DE VIVIR EN LA QUEJA


Si nos detuviéramos un poco a revisar las cosas buenas que rodean nuestra vida, seguramente muchos quedaríamos sorprendidos al ver aspectos que son muy valiosos y que sencillamente aceptamos como “normales” sin darnos cuenta que esa “normalidad” no es así en el común de las personas. 
Elementos como la salud, techo, comida, vestido, agua, electricidad, familia, amistades, no siempre están presentes en todas las personas, de manera que los que tenemos la dicha de contar con ellos, tenemos motivos para celebrar. Si agregamos otros como un trabajo, tiempo para disfrutar, el dinero suficiente para cubrir las necesidades básicas o algunos bienes materiales, entre otros, las razones para dar gracias a la vida se incrementan.

Sin embargo, a pesar de todas estas cosas buenas que tenemos, muchas personas viven en un permanente lamento y se empeñan en resaltar todos los aspectos negativos que se les pueden presentar como consecuencia lógica del devenir de la vida. Quieren tener un carro, pero les molesta pagar el seguro o el mantenimiento, quieren vivir en pareja, pero se quejan de los defectos de la que tienen, deciden tener hijos y se quejan de los hijos, no les gusta el trabajo que tienen, pero en lugar de cambiarse arrastran los pies para ir a trabajar, y así se les va el tiempo quejándose de las cuentas por pagar, del calor, del frío, de la sequía, de la lluvia, del jefe, de los compañeros de trabajo, etc. etc.

El problema se torna más serio, porque las personas “adictas” a la queja no son capaces reconocer que han hecho de la queja un estilo de vida, un hábito dañino que les coarta la posibilidad de disfrutar y vivir la vida de una manera más plena y agradable, haciendo no sólo su vida insoportable, sino la vida de sus seres queridos más cercanos quienes no encuentran la manera de lidiar con esas actitudes y algunas veces optan por apartarse, cansados de intentos frustrados de generar un cambio.

Abrir Posibilidades y Pasar a la Acción
No podemos confundir la insatisfacción con la queja, históricamente es la insatisfacción la que ha movido a la gente a cambiar. A crear cosas, soluciones, inventos, mejoras. Por lo tanto la insatisfacción suele ser saludable cuando se convierte en la motivación a la superación. Ahora, deja de ser saludable cuando se queda estancada en forma de queja y no de acción creativa para la mejora de nuestras circunstancias.
La queja es apartarse del problema y no reconocer que uno tiene responsabilidad para poder abordar una solución. Entonces me quejo de que estoy gordo y no cuido mi alimentación ni salgo a realizar algún ejercicio, me quejo de la rutina y no hago nada para cambiarla, me quejo de mi trabajo pero no soy capaz de buscar otro o de prepararme y adquirir nuevas capacidades y relaciones que abran el abanico de opciones.
Nada ganamos con mantenernos en la queja esperando que las cosas cambien. Es necesario asumir la responsabilidad y actuar en procura de aquello que queremos cambiar.

De acuerdo a la Física Cuántica, en la llamada Ley de la Atracción, se expresa que todo lo que está llegando a tu vida, tú lo estás atrayendo. Sin embargo, de acuerdo a esta ley nuestro cerebro no hace diferencia de que lo que estás pensando sea bueno o malo, o si lo quieres o no lo quieres. Simplemente asocia y atrae al estímulo que está presente en el pensamiento. De manera que las cosas o situaciones de las que te quejas, son más atraídas en lugar de ser alejadas. Por ende la queja pasa a ser absolutamente negativa y destructiva de toda posibilidad de cambio para bien.
Esta posición nos la presenta esta metáfora de Jean-Claude Carriére, guionista y escritor francés:
“En los tiempos de Salomón, el mejor de los reyes, un hombre compró un ruiseñor que tenía un canto excepcional. Lo puso en una jaula donde al pájaro nada le faltaba, y este cantaba durante horas y horas, para admiración de los vecinos.
Un día en que la jaula había sido colocada en un balcón, se acercó otro pájaro, le dijo algo al ruiseñor y se fue volando. Desde aquel instante el incomparable ruiseñor permaneció en silencio.
El hombre, desesperado, llevó a su pájaro ante el rey profeta Salomón, que conocía el lenguaje de los animales, y le pidió que le preguntase por las razones de aquel mutismo. Así lo hizo el profeta y entonces el pájaro le dijo a Salomón:
‘Antes yo no conocía ni cazador ni jaula. Entonces me enseñaron un apetecible cebo y, empujado por mi deseo, caí en la trampa. El cazador de pájaros que me atrapó, me vendió en el mercado, lejos de mi familia, y me encontré en la jaula del hombre que aquí ves. Empecé a lamentarme día y noche, lamentaciones que ese hombre tomaba por cantos de agradecimiento y alegría. Hasta el día que otro pájaro vino a decirme: “Deja ya de llorar porque es por tus gemidos por lo que te guardan en esta jaula.” Entonces decidí callarme”.
Salomón tradujo estas frases al propietario del pájaro. El hombre se dijo: ‘¿Para qué guardar un ruiseñor si no canta?’ Lo puso en libertad y el pájaro volvió a cantar.”

La Queja Vs. El Reclamo. Un problema de comunicación
Aparte del hábito de la queja del que hemos venido comentando. Cuando se trata de relaciones hay otra variedad que se disfraza en los supuestos reclamos.
Cuando se trata de diferencias que tenemos con otras personas con las que nos relacionamos, bien sea la pareja, familiares, compañeros de trabajo o amigos, muchas personas dirán que es necesario quejarse porque si no lo hacen pueden abusar de ellos. En este caso vale la pena traer a colación una importante distinción que una vez aprendí en mi formación como Coach Ontológico, donde se hacía una clara diferenciación entre la QUEJA y el RECLAMO, los cuales aunque parecen sinónimos, no lo son.

Cuando se hace referencia a la QUEJA, lo que suele suceder es que la persona se lamenta y protesta porque tiene una expectativa de algo que no se cumplió o no se está cumpliendo, sin que necesariamente haya existido un compromiso previo, sino solo porque, por ejemplo, la persona piensa que las cosas deben hacerse de una determinada manera porque eso “es así”, porque “así debe ser”, porque “al buen entendedor pocas palabras” o sencillamente porque eso “es obvio”.
Por otra parte, el RECLAMO es el derecho que tiene una persona ante otra de expresar su malestar ante una promesa que no se le cumplió o no se le ha cumplido, o ante el no recibimiento de un servicio u objeto por el que ha pagado. Por ende, abstenerse de quejarse no necesariamente significa soportar malas conductas o actitudes. No hay nada de malo y estás en tu derecho cuando reclamas asertivamente ser respetado, o cuando le dices al mesonero que tu sopa está fría y que necesita ser calentada. Lo importante aquí es entender bien esa diferencia y precisar lo que esperamos de los demás sin dar por sentado que ellos lo tienen claro.

Romper el Hábito
Como lo expresaba al inicio, el mantenernos en la queja es un hábito, una cuestión de actitud. Por lo tanto no es fácil darnos cuenta que estamos en él y de ahí que cambiarlo se haga más difícil, porque siempre será muy fácil encontrar algo de que quejarnos y argumentos para sustentar la queja. Del clima, del tránsito, de la inseguridad, de las mentiras de los políticos, de la salud, del dinero que no alcanza, etc., etc. Pero la gran verdad es que todos tenemos muchas más cosas y motivos para agradecer.
Es necesario deshacernos de la costumbre de quejarnos y eso se logra tomando consciencia de que nos estamos quejando para poder corregirlo. Para romper un hábito hay que procurar tenerlo lo más consciente posible y hacer cambios previamente pensados, que han de introducirse justo en los momentos en que se suelen presentar las actitudes del hábito que queremos cambiar.
Por ejemplo, puedes darte un tiempo para reflexionar sobre todas las cosas positivas que tienes y aprecias en tu vida, y cada vez que sientas ganas de quejarte (de lo que sea) lee tu lista de cosas positivas que aprecias en tu vida o piensa en algo agradable que te hace sentir feliz. También puedes encontrar siempre un lado positivo ante la queja. Por ejemplo “que trabajo tan aburrido” se puede cambiar por “que bueno que tengo trabajo” “se que puedo encontrar otro mejor más adelante”.
Manteniendo una observación especial de tus pensamientos y palabras, en lugar de la queja siempre podrás encontrar algo por qué agradecer de corazón.

El Reto de los 21 Días
Una excelente propuesta para romper el hábito de la queja lo propuso el pastor dirigente de la Unidad de la Iglesia de Cristo, en Kansas (EEUU) Will Bowen, a quien se le ocurrió crear, en julio de 2006, el "Reto de los 21 días" con el propósito de ayudar a los miembros de su comunidad a eliminar la cultura de quejarse y sus nocivos efectos.
Su propuesta fue muy simple, entregó a cada uno una pulsera morada con la leyenda UN MUNDO SIN QUEJAS y le pidió “colocarás la pulsera en tu muñeca y la vas a mantener durante 21 días sin emitir ningún tipo de queja o crítica”, así sea "me duele la cabeza" o "nada me está saliendo bien". Si durante este período emites algún lamento, debes cambiar la pulsera de muñeca y debes volver a empezar”.
La mayoría de los participantes logró superar este reto, pero les tomó un mínimo de 5 meses, un tiempo que evidencia la presencia de la cultura de la queja en nuestras vidas.
En el análisis de esa propuesta destacan que muchas personas que decían que no se quejaban demasiado, con el ejercicio se dieron cuenta que lo hacían unas 20 veces en promedio al día.
Tú también puedes, usando cualquier cosa, no necesariamente una pulsera morada, asumir este reto de 21 días sin quejas, sin críticas y sin chismes. Si lo logras seguramente tendrás mejor ánimo, menos dolores, relaciones más favorables, mayor autoestima, etc. 

Ya sabemos que lo único que ganamos con la queja es sentirnos peor. Es importante recordar siempre que no es la situación el problema lo que lo convierte en un problema, es la forma como la afrontamos. Por ende en lugar de quejarnos del problema lo sano es avocarnos a resolverlo. Siempre seremos responsables de nuestro propio cambio.

Gerardo J. Velásquez D.


ASUMIENDO LA RESPONSABILIDAD DE TU VIDA


Basta prestarle atención a las conversaciones del día a día con familiares, amigos, colegas, compañeros de trabajo, etc. para caer en cuenta que en un altísimo porcentaje, cuando se tratan asuntos o problemas que afectan particularmente a una persona, con mucha facilidad esta persona encuentra que tales problemas tienen su origen en el entorno, poniendo la responsabilidad o “culpa” afuera. Así entonces se escuchan juicios como: “es que mi jefe es un amargado”, “mi pareja me hace enojar”, “no estudié porque no tuve quien me ayudara”, “es que mis hijos no quieren entender que…”, “es que con este gobierno…, con este patrono…, con este clima…” y así un sinnúmero de argumentos que si bien pueden servir de alguna forma de alivio, ya que elimina los juicios hacia sí mismo que muy pocos quieren aceptar, por otro lado representa una casi absoluta imposibilidad de reacción para abordar satisfactoriamente la situación que en un momento dado o incluso por años viene afectando a la persona, ya que desde esta manera de ver, escuchar y sentir al mundo, siempre será el entorno el que ha de moverse o actuar para que las personas puedan ser más o menos felices.

La Responsabilidad:
El concepto de Responsabilidad desde el punto de vista psicoterapéutico es uno de los pilares fundamentales que toda persona ha de entender si quiere realmente avanzar en su salud mental y emocional. La Psicoterapia Gestalt ha sido una de las corrientes que más ha aclarado el punto, siendo la Responsabilidad uno de sus principios fundamentales, el cual consiste en que las personas han de hacerse responsables de todo lo que dicen o hacen en su vida, independientemente del esfuerzo o resultados de tales acciones, sean éstos buenos, regulares o malos. Es entender que, una vez que soy adulto, siempre soy “yo” quien decido hacer lo que hago, decir lo que digo, vivir o trabajar donde vivo o trabajo y estar con quien quiera estar.
Se trata entonces de dejar de culpar a otros o a la vida por mis resultados no deseados y tampoco, asumir responsabilidad de las acciones y resultados de otros adultos con los que mantengo relaciones.

Historia y Cultura:
Lamentablemente, tal vez por razones de costumbre y hasta culturales, desde pequeños empezamos a aprender que las cosas que nos ocurren generalmente responden o tienen su origen en el entorno, entendiendo por este entorno a todo aquello animado o inanimado al que haremos responsable, o como popularmente se habla “le echaremos la culpa” de todo lo que nos sucede. De esta forma ya cuando el niño está empezando a caminar y por razones obvias de su proceso de aprendizaje tropieza con la mesa y cae, nunca falta un familiar que alienta al niño pegándole a la “mesa maluca” que se atravesó en su camino. Desde allí comienza el aprendizaje que seguirá en el colegio, donde en su proceso natural de aprendizaje y adaptación tendrá diferencias con otros niños, pero escuchamos a su mamá que dice “él no golpea a otros niños, él se defiende… el otro empezó”, y así sigue el niño aprendiendo que la maestra es buena o mala, que el profesor “lo raspó”, y va creciendo siempre viendo afuera la responsabilidad, encontrándose de adulto con las naturales excusas que lo libran de todo pecado, que si no tuve un padre, que si el jefe, que si el gobierno, que mi pareja, que el clima o cualquier persona o aspecto del entorno a quien pueda recostar esa responsabilidad.

Una cuestión de elección:
Como expresa Jorge Bucay, en su libro Cuentos Para Pensar, “…si bien es cierto que yo no puedo hacer todo lo que quisiera hacer, es absolutamente cierto que cualquiera puede No hacer lo que No quiera hacer”. De manera que entonces soy totalmente responsable de todo lo que hago o dejo de hacer y por ende de sus consecuencias. Que lo hago por evitar algo, para conseguir algo, por alguien, etc. No importa, siempre será mi elección y mi responsabilidad.
También de esta manera estaré tomando conciencia que no es el otro quien puede hacerse cargo de mis elecciones, ni yo, a menos que yo lo quiera, hacerme cargo de las suyas. Porque salvo cuando somos niños y forzosa y necesariamente somos totalmente dependientes, siempre seremos responsables de lo que elegimos ser, no importa que queramos echarle la culpa al medio, a las circunstancias o a los otros. Se trata de una elección. Elegimos lo que queremos ser o hacer, elegimos a nuestros amigos, elegimos a nuestra pareja, donde aceptamos trabajar, nuestros comportamientos, y algunos con razón podrán decir, bueno pero no elegimos a nuestros padres o a nuestros hijos, sin embargo siempre será nuestra elección aceptar o no manipulaciones, mandatos, maltratos, malcriadeces, etc. De modo que siempre será nuestra responsabilidad.

Soy “Yo” no es “Uno” o “La Gente”:
Una manera de darse cuenta y tomar más conciencia de los problemas que nos toca enfrentar es prestándole atención a nuestro lenguaje. Aunque estemos haciendo ver que nos referimos a nosotros mismos, no es lo mismo decir por ejemplo “porque uno en esta situación se tiene que molestar” a decir “Yo ante esta situación me molesto”. Cuando digo “uno”, “la gente” u otra generalización, no hago referencia a alguien en especial y asumo que el hecho afecta por igual a todas las personas, de manera que pareciera que se escapa de mis manos la posibilidad de actuar para que “a mi” y no “a uno” o “a la gente” me deje de molestar tal situación, o ponga los límites asertivamente para evitar que se repita o siga ocurriendo.
Por otro lado “uno se tiene que molestar” deja una obligación ficticia de “tener” que molestarse. Se trata de convertir el lenguaje impersonal en personal y aprender a asumir la responsabilidad de nuestras acciones o reacciones, siendo entonces un ser más activo que hace cosas, en lugar de un ser pasivo al que le suceden las cosas.

La responsabilidad y el cambio:
Como ya lo he expresado, colocar la responsabilidad afuera puede representar cierto alivio y también evitar un desagradable sentimiento de culpa, sin embargo es muy importante destacar que a la vez que repartimos culpas y responsabilidades, se hace más difícil poder avanzar en la solución de situaciones o problemas que hemos de enfrentar, ya que por definición, si la causa está afuera, no depende de mi actuar para generar un cambio, sólo me quedaría esperar o pedir a Dios que los otros cambien. El problema está en que yo tengo todo el poder para hacer cambios en mí mismo, pero muy poco poder, por no decir cero poder, para hacer que los demás cambien.

Se trata entonces de dos elementos claves y necesarios para el cambio, aceptar mi responsabilidad y por supuesto querer el cambio con todas sus posibles consecuencias. Me toca agarrar el testigo y seguir el camino.


En una ocasión una colega en ton de adivinanza me preguntó ¿cómo hace un psicólogo para cambiar un bombillo? y luego de dar algunas respuestas fallidas, me acotó, “no hace nada, simplemente espera que el bombillo quiera cambiar”. Esta metáfora ilustra la falacia de pensar que el psicólogo, el psiquiatra, el sacerdote, el sanador, el astrólogo, el docente o cualquier otro con funciones similares pueda tener el poder de cambiar a alguien que no quiera cambiar. Sencillamente no es posible.

Es necesario aceptar e involucrarme con la totalidad de lo que estoy haciendo, así como sentir que soy yo quien lo está sintiendo. Es necesario tomar la responsabilidad de mis emociones y entender que queramos o no, somos absolutamente responsables de nosotros mismos. Y esto es también entender que no somos responsables de los problemas de las otras personas, que así como entiendo y asumo mi responsabilidad, cada quien ha de hacer igual con lo suyo. Acotación que hago, dada la cantidad de personas que viven lamentándose porque "tienen" que ayudar o hacerse cargo de problemas de familiares o amigos. Por supuesto no significa que esté mal ayudar a alguien, lo que no me parece bien es hacerlo como una obligación.

Asumiendo el control responsablemente:
La invitación entonces es a que tomemos y aceptemos el control para dirigir nuestra vida. Se trata de vivir como yo quiero y no como los demás quieren, porque aunque no planificamos nuestros sentimientos y emociones sino que aparecen como reacciones ante eventos internos o externos, hemos de entender que estas son reacciones derivadas de nuestros pensamientos y creencias, de manera que aunque sea de forma automática e inconsciente también tengo cierta responsabilidad en tales emociones, y aún más somos completamente responsables de lo que hacemos como consecuencia de esos sentimientos o emociones.

Se trata de una fórmula sencilla, ante el evento, sea este externo o interno, dejamos rodar un pensamiento que desencadenará la emoción y la consecuente reacción, y ¿quién puede hacerse responsable de mi pensamiento?. No es que alguien me ofenda, es que yo me siento ofendido; no es que mi pareja me maltrata, es que yo acepto ser maltratado; no es que el jefe o en mi trabajo abusen de mi, es que yo me siento abusado o permito que abusen de mi…, y pudiera llenar hojas con ejemplos, lo que siempre estará presente es que con esta manera de vivir siempre habrá algo o alguien que tendría que cambiar para yo poder ser feliz. Bien vale la pena mantener y no ceder ese poder y estar dispuesto a decir “yo soy quien soy y de eso me hago responsable”


GERARDO J. VELÁSQUEZ D.