
Una de estas distorsiones está en la mal llamada “extensión
de la adolescencia” donde se habla de llevarla hasta edades que superan
abiertamente la edad donde somos legalmente considerados adultos. Otra es en
aquellos casos, que independientemente de la edad y el status de la persona,
ésta sigue viviendo bajo la tutela, dirección y control de sus padres, muchas
veces incluso bajo una total dependencia económica.
DONDE QUEDA LA MADUREZ
Es difícil siquiera imaginar que un adulto alcance una
auténtica madurez si es partícipe de un juego de codependencia con sus padres. Y
es que generalmente esta situación se ha venido construyendo con una sobre
protección que los padres han venido dando al hijo desde muy temprana edad y
que luego suele traducirse en inseguridad, poco confianza en sí mismos y dificultad
para hacer su propia vida una vez que son adultos.
De niños es lógico y
hasta necesario que los padres sean los responsables del proceso de educación y
crecimiento, de adolescentes han de conocer y entender que lo que tienen no
viene de la nada, alguien está haciendo algo para que ellos tengan lo que
tienen y a la vez han de aprender que sus acciones tienen consecuencias, tanto
positivas como negativas. De adultos, lo sano es asumir la completa
responsabilidad de su vida, sin embargo, es aquí, donde muchos adultos traen un
aprendizaje errado y generalmente reforzado, que hace que sigan girando en torno a sus padres,
dándose a sí mismos y a los otros diferentes explicaciones, como lo “difícil”
de la vida, las imposibilidades reales o creadas, la obligación de cuidar a sus
padres ya ancianos con el pretexto de que el resto de los hermanos se ha ido y han
hecho sus vidas, como usualmente debe ser, y le han dejado esa inmensa
obligación de quedarse a su lado para cuidarlos, acción por supuesto que aunque
pueda lucir muy noble, en realidad es la continuidad de una eterna
codependencia con ellos.
EL JUEGO ES DE DOS
Por supuesto, que esta situación de distorsión y acción en
la asunción de la responsabilidad, tiene o ha tenido para sus protagonistas una
ganancia secundaria que muchas veces puede ser muy consciente y otras no tanto.
Si hablamos de los padres por ejemplo, aunque muchos se
puedan quejar de la falta de autonomía del hijo, contradictoriamente la
refuerzan, ya que uno o ambos de los padres no se sienten satisfechos con su
propia vida, tienen problemas de pareja, son madres o padres solteros, o muchas
otras razones que esconden miedos de enfrentar su propia realidad, miedo a quedarse
solos o miedo a no saber que hacer con su vida si el hijo ya no está.
Por su parte el hijo que no se hace responsable de sí mismo,
no solo tiene el beneficio de tener “todo hecho”, también tiene miedo, se
siente inseguro y con falta de confianza para independizarse y prefiere mantenerse
bajo la protección de sus padres.
De manera que es un juego con dos o tres jugadores, el hijo,
los padres o uno de los padres. Uno dirige y el otro se deja dirigir. Uno sobre
pasa los límites y el otro sencillamente no los pone.
LAS CONSECUENCIAS
Los adultos que mantienen este tipo de relación por lo
general van a tener dificultades en distintas áreas, como su realización en lo
laboral, en lo económico, en las relaciones sociales y más específicamente en
la construcción y mantenimiento de una relación de pareja sana, ya que suelen
querer trasladar su dependencia hacia su pareja y por ende se terminan
comportando igual como si ésta fuera su mamá o su papá.
Aunque puedan hacer consciente su problema, no saben como
dirigir sanamente su vida. Necesitan
su propio lugar en el mundo, pero no saben cómo construirlo.
Como buen amante de las metáforas, llega a mi mente este cuento que una vez
leí en el libro “De la Autoestima al Egoísmo” de Jorge Bucay:
Cuentan que un día,
la madre despertó a su hijo alrededor de las siete de la mañana y éste le
dijo:
- No quiero ir a la
escuela mamá, no quiero...
Pero tienes que ir de todas maneras, hijo - contestó la madre comprensiva.
Pero tienes que ir de todas maneras, hijo - contestó la madre comprensiva.
Pero no quiero -dijo
el hijo- no quiero. Déjame faltar, mami. Por favor... -- No quiero ir más,
mami siguió, me da miedo la escuela, mami. Me da mucho miedo ir...
- Pero ¿qué es lo
que pasa, hijo, que nunca quiere ir a la escuela?
- Los niños me tiran
tizas y me roban las cosas de mi escritorio, mami -lloriqueó, ...y los
maestros me maltratan... y se burlan de mí... No quiero ir, mami. Déjame
faltar, mami... déjame...
Mira hijo -dijo la
madre, firme-, tienes que ir de todas maneras por cuatro razones: la primera,
justamente para enfrentar ese miedo que te acosa. La segunda, por que es tu
responsabilidad. La tercera, porque ya tienes cuarenta y dos años. Y la
cuarta... porque eres el director
Lo importante es tomar absoluta consciencia de su
problema y si quiere siempre será posible trabajar sus miedos, ajustar sus
creencias y redireccionar el curso hacia la reconstrucción de su identidad y en
consecuencia alcanzar una real madurez.
Siempre se puede hacer que suceda el cambio. H.Q.S.
Gerardo
Velásquez